Expresión monetaria de un agradecimiento, la propina es una ‘fórmula de pago’ prácticamente universal, a excepción de países como Japón, donde se considera un detalle de mala educación, o China, donde es algo ofensivo. Igual ocurre con la voluntad, con la diferencia de que en este caso la persona que debe cobrar se expone a que el cliente ande muy escaso de voluntad o que ésta sea nula, lo cual suele resolverse con un socorrido: ‘disculpe, no llevo nada suelto…’.

Dejando a un lado al Sr. Rosa, el personaje interpretado por Steve Buscemi en ‘Reservoir dogs’, todos nos hemos planteado alguna vez la gran pregunta: ¿dejamos propina? Y si la dejamos, ¿cuál es la cifra correcta? Porque claro, se puede ser demasiado generoso o excesivamente tacaño. El Sr. Rosa sabía muy bien lo que se hacía: ‘lo tengo muy claro, que aprendan a escribir a máquina’ afirmaba al comienzo del filme sobre las camareras de una cafetería con tal de no dejarles propina.
Curiosamente esta escena tenía lugar en EE.UU, país donde es casi una religión inviolable, hasta el punto de que un andaluz exagerado diría que allí hay que dejar propina hasta por respirar: al botones del hotel un dólar como mínimo, a los taxistas un 15% de la carrera… Y por mucho que el director de cine Quentin Tarantino nos lo pintara de otra manera, con los camareros la cosa se complica ya que hay que darles entre el 15 y el 20% del total de la factura. Y que no se le pase por la cabeza irse sin dejarla, pues los camareros saldrán en su busca ofendidos para preguntarle si le ha parecido mal el trato recibido o incluso con peores intenciones… 
Desde el punto de vista etimológico, la palabra propina proviene del latín ‘propinare’ que quiere decir ‘dar de beber’, o lo que es lo mismo, regalarle un trago a alguien. Por su parte, el diccionario de la RAE define propina como ‘agasajo que se da de más sobre el precio convenido y como muestra de nuestro agradecimiento’. 
Es decir, es una muestra de gratitud por un trabajo bien hecho y en ningún momento rebaja ni al que la da ni al que la recibe –siempre y cuando no sea una cifra irrisoria–. 
De hecho, si no se ha recibido un buen servicio, ¿por qué se va a dar propina? Legalmente nadie está obligado a darla pero, eso sí, se considera de buena educación dejarla; es decir, estamos socialmente obligados a hacerlo. Además, si para el que la da representa una cortesía, para el que la recibe constituye una parte importante de sus ingresos mensuales. 
La propina se basa en una ley no escrita: se da a la persona adecuada, en el momento justo y en la cantidad precisa, según los expertos en buenas maneras que se han aventurado a especular en este territorio de ‘arenas movedizas’. Mucho más prácticos son los habitantes de Marruecos, para los que la propina es casi un deporte nacional ya que la piden hasta para darte la hora. En Oriente Medio, salvo en Yemen y Omán, el término que más veces escucha un turista es ‘baksheesh’ que, como habrán imaginado, significa propina. Y qué decir de los cubanos, cuya desbordante imaginación ha permitido que ésta reine por toda la isla. Tras el triunfo de la revolución, Castro la tildó de ‘insulto’, algo que llevó a sus compatriotas ‘propietarios’ de bares a cambiar el rótulo de sus botes, que pasaron a tener escrito la palabra insulto. 
Aunque existen multiples indicios de que la costumbre de dar un dinero adicional ya era algo común en la antigua Roma, diversos historiadores datan el origen moderno de la propina, tal y como la conocemos (y padecemos) hoy en día. En la Inglaterra del siglo XVII donde los dueños de los pubs comenzaron a colocar una lata sobre el mostrador en la que los clientes dejaban una moneda para los empleados. Se cree que la raíz de la palabra en inglés, ‘tip’, tiene que ver con el sonido que hacía dicha moneda al chocar con la lata. 
 
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